Por Javier Pérez Intriago*

Era un verano soleado en Iztapalapa. Esa tarde María aprovechando el día, llevo a José y Anita, sus hijos, al parque. Al regresar los pequeños entraron a la casa gritando “¡Papá!”. Querían contarle su tarde en el parque, pero no lo encontraron, se habían convertido en uno de los más de 4 millones de hogares que en 1999 tenían como jefa del hogar a una mujer^[1]. María estaba sorprendida porque Juan nunca había externado emociones que le hicieran pensar que estaba pensando en marcharse. Ella no sabía qué decirles a los pequeños que no dejaban de preguntar por su papá. Por otro lado, le preocupaba el sustento del hogar. En los 4 años que llevaban de casados ella no había trabajado. En realidad, su experiencia laboral se limitaba a 1 año ayudando en el taller de costura de la mamá de Juan, y desde que iniciaron su relación, ella no había vuelto a trabajar.

Finalmente, el tiempo pasó, José y Anita recién habían alcanzado la mayoría de edad, y gracias a los esfuerzos de su mamá y de Anita, José inició sus estudios de licenciatura en sociología. Conforme avanzaba en sus estudios, José se hacía más y más preguntas acerca de su vida, además incrementaba su conciencia respecto al gran sacrificio que hacían Anita y su mamá por él.

El interés de José por estudiar las construcciones sociales que han llevado a generar situaciones de desventaja entre hombres y mujeres lo había llevado a entrar de oyente a una clase más avanzada sobre estudios de género. Como parte de uno de los ejercicios de la clase, José tuvo que buscar algunos de indicadores laborales para hombres y mujeres en México, resumiendo la información en el siguiente cuadro:

Fuente: Datos del Atlas de género de INEGI.

Al ver los datos, recordó que en alguna ocasión el dueño de un restaurante, le ofreció un trabajo formal a su mamá, sin embargo, ella no dudó en rechazarlo ya que se las había arreglado para sacar a sus hijos adelante vendiendo ropa por catálogo y quesadillas afuera de su casa. La informalidad le ofrecía mayores ventajas para atender las necesidades de sus hijos y las tareas del hogar. Así que concluyó lo siguiente; “En lo que respecta a la propiedad de pymes, las mujeres tienen una mayor participación en este rubro, situación que se puede complementar con el dato del promedio de horas en trabajo no remunerado, ya que podría considerarse que las actividades informales y de pequeños emprendimientos, permiten a las mujeres invertir más tiempo en trabajo reproductivo.”

La conciencia de José se desarrolló a tal punto que habló con Anita para ofrecerle que él se pondría a trabajar medio tiempo por las noches en una tienda para complementar gastos y que los dos pudieran estudiar en la universidad. Anita le respondió que no quería dejar a su mamá sola, estaba enferma y necesitaba ayuda en el negocio, que lo mejor era que pusiera todo su empeño en hacer una buena licenciatura, para ser un buen profesionista y estar en una mejor posición para poder ayudar a su mamá.

José entonces continuó con sus estudios intentando terminar lo antes posible para poder ayudar a su mamá y a su hermana a tener una mejor vida.

La historia de la señora María es una realidad que se repite en millones de hogares mexicanos, apoyar a emprendedoras como ella a cristalizar su idea de negocio o fortalecer uno ya existente, es una tarea que Crea busca realizar a diario para poner un granito de arena en la búsqueda de mejorar la realidad de las mujeres mexicanas.

[1] Fuente: INEGI. Censos y Conteos de Población y Vivienda. https://www.inegi.org.mx/temas/hogares/

[2] Entiéndase por trabajo reproductivo en el hogar a las labores de cuidado y las tareas domésticas no remuneradas.

[3] ENOE 2018 primer trimestre.

[4] Censos económicos 2014.

[5] Encuesta Intercensal 2015.

*Javier Pérez Intriago es Líder de Evaluación e Investigación en CREA. Es una apasionado de encontrar la eficacia y la eficiencia en los procesos y tareas diarias. Actualmente se encuentra cursando el doctorado en Políticas Públicas y Desarrollo en la Universidad de Guadalajara.